Crónica de la salida especial del mes de abril del 2024: Priorat
Firmada por Eduard Simón y preludiada por Jordi Mateos
Introducción por Jordi Mateos:
Diumenge 5/5 de mala llet per la meva lesió que em deixarà uns dies en "dique seco" és ideal per posar-me a fer la crònica. De fet la començo i tot, però no acabo de motivar-me... I en això que s'alineen els astres i m'escriu l'Edu, que si podia fer el final de la crònica...I dic jo ,i perquè no la fas tota? I així va ser que, no sense grans esforços, el vaig aconseguir convèncer i aquest és el resultat. Espero que la gaudiu tant com jo (però segur que no tant com ell 😉):
Crónica por Eduard Simón:
“May the force be with you” me anunció Alexa a las cinco de la mañana del cuatro de mayo de 2024. Efectivamente, hoy era el día de Star Wars.
Me levanté rápidamente de la cama y me fui a dar una ducha. No pretendía encender la tele y empezar a ver “The Phantom Menace” para luego ver “Attack of the Clones” y terminar el día con “Return of the Jedi”. Sería un plan interesante pero hoy era sábado y tocaba rodar.
Me dolían las piernas a causa del desnivel hecho el día anterior con la carrera a pie. Tomé un café descafeinado al mismo tiempo que me aseguraba de darle los buenos días por Wathsapp a quién iba a ser mi compañero de viaje ese día: Antonio Sabater.
Cogí el bocadillo preparado la noche anterior y salí pitando con el coche mientras empezaba a sonar “Highway Star” de Deep Purple. Eran las 05:50am pero no me molesté en subir el volumen a tope. Hoy iba a ser un gran día y Barcelona se tenía que enterar.
La salida que íbamos hacer nacía en Falset. Perteneciente a la comarca del Priorat de la que es la capital y provincia de Tarragona, la hora acordada había sido a las 08:00 am.
En un principio, dicha salida se iba hacer el 27 de abril pero a causa de las constantes lluvias y condiciones meteorológicas adversas, se pospuso a la semana siguiente.
Una suerte para mí, dado que el 27 tenía mi último examen de acceso a la Universidad y me hubiera sido imposible venir.
Recogí a Toni en medio de la oscuridad de la Diagonal a esas horas.
Teníamos una hora y media de trayecto. Poco a poco nos íbamos quitando nuestras cascaras típicas que se suele enseñar a los conocidos y no tan amigos. Habíamos compartido incontables kilómetros juntos pero no sabíamos apenas uno del otro.
A ritmo de Creedance Clearwater Revival, me comentó que llevaba nueve años con el Club y que se sentía muy acogido.
A base de rodar cada sábado, él había conocido mucha gente, aprendiendo al mismo tiempo las estrictas y arduas normas del ciclismo de carretera
Añadió también, que después de tanto tiempo, había llegado a conocer la magia y el verdadero poder que hacía destacar el Gràcia: Todo el mundo era igual. Había basureros, arquitectos, médicos, abogados y hasta ambulancieros.
Codo con codo, unidos rodando por cualquier carretera a cualquier temperatura, sin implicar la distancia ni el desnivel. Rodar era vivir y vivir, compartir.
No importaba a que se dedicaba uno. Me das rueda y yo luego te relevo. Sufres una avería y nosotros te ayudamos. Si alguien se queda muy atrás, siempre habrá alguien quien le espere. Así de simple.
Llegamos a Falset sin problema para aparcar y antes de las 08:00 am. Sabíamos que ese fin de semana se celebraba la Feria del Vino e incluso nos habían anticipado que nos olvidásemos de comer.
Justo antes de aparcar, Toni me comenta su fascinación por AC/DC y me reproduce “It’s a long way to the top (If you wanna rock and roll)”. Hacía bastante que no la oía.
La traducción literal sería: Es un largo camino hasta la cima si quieres rock 'n' roll. Rápidamente pensé en echarme de nuevo hacia atrás y no hacer la ruta. Me dolían las piernas y me vi bastante crudo el miercoles cuando salimos con la bici al Carme. “Voy a por ello” me dije “Y que sea lo que sea”
Poco a poco, fui reconociendo caras conocidas y no tan conocidas. Éramos mucha gente y previamente, se había hablado de hacer dos grupos. La razón era obvia: Siempre estábamos moviéndonos por la periferia de Barcelona y al tener la oportunidad de salir, algunos queríamos admirar las bellas vistas de la montaña de la Sierra del Montsant (Monsterrat 2.0), respirar las viñas del Priorat y salir un poco de la zona de confort.
Tomamos nuestro café y yo aproveché para comerme mi bocadillo. Me senté con Albert, dado que lo vi solo en la terraza. El resto estaban dentro dado que la temperatura todavía era baja. Hablamos sobre el último disco de Pearl Jam.
Al empezar, eran las 08:26 y nada más montarnos en nuestras burras, la salida nos preludió con una bajada que provocó la manifestación del frío a través de los poros de la piel, recordándonos que todavía era abril. Los más avispados iban con manguitos, otros con versátiles cortavientos y servidor solo llevaba una camiseta debajo. Supe que el aire gélido sería transitorio y no me equivoqué.
Al dejar Monroig atrás, empezamos a subir. Dicho puerto era Coll de Traginers. Un pequeña cata de lo que nos esperaba en realidad aquel día.
De lejos, logré ver a Irena. Noble y destacando con su altura, fruto de descendecia germánica mientras iba con un andar de bici característico, observé que estaba demasiado lejos para poderla coger. Era Irena, por lo tanto, imposible.
Cogí a la grupeta de Víctor que iba con Javier y Camilo. Sudaban a mares pero Victor iba hablando por los codos.
Pese a la hora, el sol emergía con fuerza por las impotentes montañas del Montsant, anunciando que el frío que había protagonizado hacía unos minutos, se hallaba desaparecido por completo.
Son esos momentos que me doy cuenta que somos unas simples uniones de células eucariotas, una vulgar mota de polvo en lo que el planeta representa y si él quiere, nos podemos ir todos al carajo de un día para el otro.
Son esos momentos que me doy cuenta que somos unas simples uniones de células eucariotas, una vulgar mota de polvo en lo que el planeta representa y si él quiere, nos podemos ir todos al carajo de un día para el otro.
Mientras subíamos por conquistar Coll de Traginers, me sentí una hormiga diligente. Pequeña pero dispuesta a sobrevivir en cualquier condición.
Aproveché entonces para grabar a Víctor mientras iba con Javier y Camilo. Al tener la toma a mi gusto, pude mantenerles un poco la velocidad hasta que me vi capaz de pasarlos.
Llegué arriba sin apenas esfuerzo y me uní al grupo que esperaban al resto de la grupeta. Al ver a Víctor solo, nos reveló que Camilo le había saltado la cadena pero enseguida nos iba a coger, por lo que empezamos a bajar.
En la bajada, me empezó a adelantar todo el mundo, quedándome solo en un falso llano. A lo lejos, vi a Otto que me esperaba con Alex. Agradecí la espera pero me volví a quedar solo mientras iba subiendo. (Sí, mi vida de ciclista es un poco penosa)
El aductor me estaba empezando a doler y mi cabeza no cesaba de decirme que parase y bajase de la bicicleta. Le contesté que después de lo de ayer, lo anormal era no sentir molestias. Seguí, a mi ritmo y tranquilo, pero seguí.
Pasado el precioso pueblo de Escaladei visualicé la primera pendiente importante, no me esperaba menos. Mantuve la calma subiendo los piñones poco a poco, con mucho cuidado de que mi cuerpo sufriese lo menos posible hasta que alcé de nuevo la cabeza y vi una señal de peligro que marcaba 15%. La tuve que mirar tres veces.
¿Era aquello posible? ¿No había otro camino o carretera que llegase? ¿Algo más plano y asequible, quizás?
¿Había que subir por allí, en serio?
Bajé la cabeza, me entregué a la pendiente mientras intentaba no mirar el Garmin. Él me iba marcando la distancia que quedaba y no me ayudaba nada. Intenté respirar pero mi repentina adicción al tabaco producto de los arduos examenes finales, no dejó que mis pulmones funcionasen como debían.
Noté como se revolvía el estómago. Al menos no era el aductor pero seguí sin apretar.
Logré atrapar a Otto pero en una pequeña bajada me pasó fácilmente. Ambos nos permitió descansar un poco las piernas.
Volvimos a subir y de nuevo, estaba solo. ¿Qué era aquello? ¿Otra vez un rampón?
De pronto leí “No ploris, nen”. Mira majo, llorar no, pero si te llegaba a pillar, te daría una paliza tremenda por hacerme pasar por ahí. Simpático.
Que ganas de escribir eso en aquel terrible lugar.
Al llegar al pueblo de Cornudella no vi a nadie. Lo habitual era esperar a todos pero yo me hacía cargo que había ciertas circunstancias que daban ganas de mandar a la mierda los farolillos rojos como yo. Seguro que estarían en el próximo cruce.
Sin problemas y medio recuperado de los constantes rampones, fui siguiendo el track el cual me hizo una visita turística relámpago del pueblo. Muy bonito, pero no había nadie del club. Seguí rodando hasta salir del pueblo y al llegar al cruce donde empezaba el siguiente puerto, al lado de la señal “Siurana”, Jordi Mateos me llamaba por el móvil. Se ve que me estaban esperando en el pueblo.
Les dije dónde estaba yo y me cogieron a los dos minutos.
Me supo mal pero no me disculpé. Siempre me estaba disculpando y siempre me decían que no pasaba nada. Aproveché para dar un pequeño mordisco al plátano. No había comido nada desde antes de salir.
Laura se puso a mi lado y empezamos hablar sobre que hacia unas cuantas salidas que no coincidíamos. Me confesaba que por temas de trabajo iba un poco cansada y no siempre podía presentarse en las salidas de los sábados. A su vez, mi lesión también me había impedido salir.
No obstante, allí estábamos, ambos sonriendo e ignorantes a lo que nos esperaba a continuación.
Al empezar a subir, Alex me preguntó si llevaba suficiente desarrollo para subir.
Intenté disimular mi ignorancia respecto a ese dato y le contesté algo que realmente pensaba: Yo veo una subida y simplemente la subo. Si no la subo, siempre me quedará descalar los pies y subir corriendo.
Él sonrió y no añadió nada más. Supongo que me deseó suerte.
De nuevo, vi que la pendiente empezaba a empinarse bastante. No me lo podía creer.
Bajé la cabeza de nuevo e hice como si nada pasase. Como si no sintiese quemazón en las piernas y todo fuera bien. Sobre ruedas, valga la redundancia.
A medida que iba subiendo, fui de pendiente en pendiente.
De cuesta en cuesta, tiro porque me cuesta. De terreno empinado a terreno empinado, tiro porque me ha tocado.
Fue entonces cuando me planteé si no hubiera sido mejor quedarme en casa viendo la maratón de George Lucas en vez de estar ahí. Deshice rápidamente ese pensamiento pensando en voz alta: Hidrogeno, helio, litio, berilio, boro, carbono, oxígeno, flúor, neón… ¡¡¡SODIO, MAGNESIO Y ALUMINIO!!! (Joder con la cuesta, que dura era)
Estaba solo y nadie podía verme, y si lo hacía, con esa pendiente yo sería su menor preocupación. ¡¡¡SODIO, MAGNESIO Y ALUMINIO!!! Noté un leve quejido de mi aductor pero vociferé más alto todavía para acallarlo.
Pensé en que si hubiera venido Josep Puigdollers, esa pendiente no tendríamos ni que subirla. Hubiese dibujado una buena alternativa más asequible, sin duda.
¡¡¡SODIO, MAGNESIO Y ALUMINIO!!!
Un poco más arriba, pude enganchar a Albert e hice como si nada hubiese pasado. Le veía también con dificultades y logré pasarlo, quedándome justo delante de él. La carretera era estrecha y no podía jugármela quedándome a su lado.
Fue entonces cuando me entró el miedo. Me gustaba mucho ir en bici pero me asustaba que aquello no terminase nunca, me petase de nuevo el aductor y no poder correr al día siguiente mis 15Km.
Pequeño Kitkat: Confesaros que no hay nada más bello que levantarse el domingo sin poder moverte a causa de la salida del sábado y empezar a correr.
Al afrontar una curva muy cerrada, me doy cuenta que apenas podemos hablar.
De repente, le suelto que “después” le explicaré mi proyecto musical.
Lógicamente, ni él tenía especial interés en conocer mis dichos proyecto musicales ni yo tampoco de compartirlos, pero el hecho de pronunciar el “después” provocó una esperanza, provocó dibujar un futuro que prometía de que todo aquello terminaría.
Al llegar arriba, nos encontramos una fila de tres coches intentando pasar una barrera para un Parking. Al fin habíamos llegado, al fin podíamos ir a comer nuestro ansiado bocadillo. Cruzamos un tramo muy incómodo de piedras hasta llegar al mirador de Siurana.
Dejamos las bicis, haciendo equilibrios y con mucho cuidado llegamos al borde del mirador. Desde allí podíamos contemplar el pantano, más lleno de lo habitual a causa de las recientes lluvias, el imperturbable cielo azul y la felicidad que nos embargaba al haber subido hasta arriba.
Al volver, cogimos de nuevo las bicis y el camino incómodo de “Flandes” que nos llevó de nuevo al aparcamiento que cobraban tres euros la hora.
Sonreí al oír como alguien se quejaba por el precio. Pensé: “Haber subido en bici”. Solté una carcajada mientras me enfrontaba a la bajada. Esto ya era una señal clara de que necesitaba urgentemente alimento. Solo podía pensar en un bocata de fuet.
De nuevo, en la bajada me avanzó todo el mundo. Era peligrosa dado que era estrecha y subían y bajaban coches.
Llegamos todos ilesos al pueblo de Cornudella, donde el track me había hecho una visita turística. Como fui uno de los últimos, comprobé que se habían dividido en varios grupos. Víctor me había comentado que tenía reservado un bocata de bacon y queso y tenté a pedir lo mismo hasta que giré la cabeza para observar a Ramiro.
El capitán del B posaba con su aire habitual con gafas de sol y sin moverse, estaba solo en la terraza. Como si el calor del sol no fuese con él, su esbelta figura destacaba entre todo el personal presente mientras me hizo pensar que era el único que se había quedado fuera por querer vigilar las bicis.
Tenía dos opciones: Claudicar ante el imponente bocata de bacon con queso y entrar en el establecimiento donde todo sería Ji-ji-ja-ja o irme con Ramiro para hacerle compañía.
Ahora que lo pienso y mientras estoy escribiendo esto, quizás que no quería compañía y fui allí yo a chafarle la fiesta. En fin, me senté a su lado, agazapándome en una pequeña sombra que había mientras me comía un bocata de jamón dudosamente “bueno” del tamaño de la palma de mi mano y me iba hidratando con Aquarius.
No estaba excesivamente cansado. Al contrario, estaba gratamente sorprendido de aguantar tanto pese hacer tiempo de no salir y fue entonces que me planteé de hacer la distancia larga.
Al cabo de una hora, partimos bajo un asfixiante calor hacia el Coll de Porrera. Empiecé a subir con Jordi, el cual me comentó que le dolía el Tendón de Aquiles. Dice creer que tiene una herida infectada.
Maldigo no llevar material encima y mentalmente repasé el kit que llevaba en el coche, mientras le ofrezco mirárselo una vez terminar la ruta.
Ambos cogimos a Otto, del cual tenía toda la pinta de querer terminar con ese infierno cuanto antes.
Me di cuenta que ambos llevaban el mismo ritmo y Jordi me invitó a que siguiese. Les quedaban dos puertos que no parecían gran cosa después de lo anterior.
Al cabo de unos minutos rodando solo, bajo mi sorpresa Jordi aparece por mi izquierda, todo entusiasmado.
“Que fas, tio?” me reí.
“Ara no em fa mal! Ara puc apretar” me dice, eufórico.
Lo veo cogerse a mi rueda y me preocupo por Otto. En fin, todos somos adultos y quedaba muy poco para llegar al puerto. Al llegar a Barranc del Barretat, podemos ver la señal que nos marca Falset.
Al fin habíamos llegado. Algunos decían de continuar, otros iban dirección al coche.
Abrí una barrita y me comí tan solo un trozo. Me encontraba estupendamente para seguir, por lo que me dispuse a salir cuando Víctor bromeó que intentaba montar una reunión reflexiva con el mero objetivo de convencerme a comer más. No supe que responder y fui directo a la bajada, es decir, contraria a la dirección del coche.
Mientras íbamos bajando, Ramiro me adelantó con su majestuosidad habitual. Bajamos, bajamos y seguimos bajando. Ya no había vuelta atrás, ahora si me petaba el aductor sería una catástrofe.
“Estamos locos” me dije “Llevamos 2.200m de desnivel con un calor infernal y nos han dado la posibilidad de volver al coche. Nunca es suficiente, nosotros seguimos como si nada”.
Sonreí, eso era el ciclismo. Eso era lo que tenía salir con el Gràcia. Dolor, gloria y pedales.
El primer puerto de la ruta larga bastó para que me dirigiese al primer bar del pueblo con la esperanza de que me llenaran el bidón.
Bajo mi sorpresa, se encontraba Camilo y otro camarada, el cual me ofreció una botella de agua que había comprado.
Entre los tres, nos vimos sin dificultades de evaporarla en nuestros bidones.
El calor seguía siendo asfixiante. El sol de las 14 de la tarde resplandecía en el centro del cielo mientras sus rayos caían con fuerza y sin piedad encima de nuestros cascos, gobernando la carretera, quitándonos el poco aliento que nos quedaba.
Solo teníamos una esperanza: Quedaba tan solo un puerto y todo aquello había terminado.
Sonreí. Lo estaba pasando en grande. El aductor me había aguantado por lo que iba a testarlo en la próxima subida.
Otra rampa, por supuesto. Adelanté a Ramiro y divisé a lo lejos a Antonio Sabaté. Iba a un paso nada atrancado pero iba moviendo la cabeza cabizbajamente, como si desease terminar aquello cuanto antes.
Apreté con mucho cuidado y lo cogí. No nos saludamos. Me puse a su lado e hicimos unos metros juntos mientras íbamos teniendo la conversación sin palabras. Era el sol quien dirigía y la pendiente era mezquina con nosotros.
No me iba a quedar allí, apreté y pude llegar al puerto “Bellmunt del Priorat” sin grandes problemas. No podía ocultar mi entusiasmo, me había aguantado el aductor!!
Falset se encontraba apenas a tres kilómetros con 100m. Todos los locos estábamos allí: Vïctor, Camilo, Ramiro, Irena, Matias, Antonio, Alex y algunos más que el calor se hizo cargo de que no les prestase la debida atención. Mil perdones.
No notaba las piernas cansadas, todo lo contrario. ¡Quería más caña! Mañana iba hacer los 15Km e incluso luego podía pasarme por el gimnasio.
Reiniciamos la ruta por última vez aquel día. Sentí un cosquilleo conocido, era mi sangre en plena ebullición. Si me alguien me hubiese visto sin casco y sin gafas, bien seguro que pondría en duda mi estabilidad emocional.
Apareció la euforia y mi fortuna genética me empujó a simplemente dar rienda suelta a mis impulsos, conectados a mis sedientas piernas, avanzando a toda la grupeta, el cual Ramiro lideraba.
Apreté. Veía lo que quedaba, sabía todo lo que llevaba encima. Aspiré el árido viento del Priorat mientras iba subiendo a mi ritmo, disfrutando.
Cuando quedaban tan solo unos 700 metros, me dio por girar levemente la cabeza.
Lo primero que me vino a la cabeza fue que la grupeta que lideraba hasta ahora Ramiro era lo más parecido a una manada de búfalos que iban hacia mí sin piedad ni perdón. Me sentí muy pequeño, como una liebre enfrente de unos lobos que iban hacia ella. Estaban más cerca de lo que yo había calculado. Demasiado cerca.
Comprendí que los Kilómetros que llevaban a sus espaldas tiraban por tierra los míos, su experiencia sobre la bicicleta era incomparable a lo poco que yo sabía. Corrían hacía mí por honor, dignidad y ansias de competir.
Sonreí de nuevo y pensé en Cristina de Canals y en lo que me había enseñado en qué hacer ante una bola rodante de testosterona detrás.
Pensé en Laura, que no había venido hacer la larga pero podía estar ahí perfectamente. Pensé en Irena, el cual su genética del norte le hacía incansable y potente. Faltaban mujeres en aquel momento.
Como en las Bene Gesserit de Dune, cogí las pocas fuerzas que me quedaban de ellas y les invité a compartir mi euforia de aquel glorioso momento.
Hacía mucho tiempo que me había pasado al otro lado, si alguna vez había sido una mujer realmente, pero nada me impedía celebrar esa inminente victoria con ellas.
Apreté. 700 metros parecían pocos pero a esa intensidad se convirtieron en un oxímoron, un segundo eterno. Con ellas y por nuestro honor obtuve sus fuerzas para alargar aún más la distancia de mis camaradas y llegar al fin al cartel que señalaba Falset.
Había sido un largo camino para llegar a la cima
“It’s a long way to the top (If you wanna rock and roll)”.
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